Yo, Feuerbach

Sigo con la puesta al día del blog, en esta ocasión con uno de aquellos espectáculos que, pese a sus virtudes, no logró conmoverme.

Lo que me atrajo de Yo, Feuerbach fue, sin duda, su protagonista, Pedro Casablanc. Tras ver su increíble trabajo interpretativo en la obra Ruz-Bárcenas, tenía muchas ganas de verlo en un registro distinto y debo decir que, en ese sentido, Yo, Feuerbach es lo más parecido que hay a un catálogo interpretativo. La obra gira en torno a una prueba para un papel en el nuevo montaje de un director consagrado. Quien se presenta a ella es un actor en horas bajas, que busca empleo tras un largo periodo retirado de los escenarios. Cuando llega, descubre que el director aún no está allí, pero sí que se encuentra con su joven ayudante, y el actor decide emplear la espera en impresionar al joven ayudante con la esperanza de que este interceda por él. En su afán, Feuerbach-Casablanc pone en funcionamiento todas sus herramientas interpretativas y consigue crear magníficas escenas en distintos tonos, desde los más íntimos a los más exaltados, llevando cada situación al límite. El trabajo de Casablanc queda fuera de toda cuestión. Durante la hora y media que dura la obra, se hace dueño del escenario, marca el ritmo y la progresión emotiva de la historia y, resumiendo, se gana el sueldo con maestría, entrega y elegancia.

Sin embargo, el montaje en su conjunto y, en mi opinión, el texto no alcanzaron el mismo nivel de excelencia. En cuanto al montaje, creo que el director cometió un error básico en la elección del partenaire de Casablanc. Nunca es buena idea tener un reparto muy descompensado en cuanto a calidad, pero si el reparto se reduce a dos actores estos deberían jugar, sin duda, en la misma liga. Aunque uno de los dos papeles tenga poco texto, en una obra de dos en la que uno lleva todo el peso, este necesita tener algo sólido en lo que apoyarse en los momentos de réplica. Pese al buen trabajo de Samuel Viyuela, la diferencia entre ambos actores era demasiado patente, y deslucía el conjunto.

Por otro lado tenemos el texto, que, aunque es una denuncia manifiesta de las dificultades que se viven en el mundo del arte para salir adelante y vivir del propio trabajo, se sostiene sobre una de esas ideas románticas altamente tóxicas sobre los artistas: la relación indisoluble entre genio y enfermedad mental. A media función descubrimos que Feuerbach no es un actor intenso, imprevisible y original porque sea muy bueno o porque tenga una personalidad concreta, sino porque es un enfermo mental que ha pasado los últimos 7 años recluido en un psiquiátrico después de haber puesto en peligro su vida durante las funciones de su último trabajo. Esta idea, tan extendida, de que el arte “de verdad”, el bueno, el que pone la piel de gallina solo puede ser creado por personas al límite, personas que sufren y que, lo que es peor, no quieren dejar de hacerlo no solo es malvada y muy nociva, también es mentira.

Supongo que ese fue el motivo por el cual, a medio relato, a pesar del gran trabajo de Casablanc no pude evitar distanciarme de lo que me estaban contando. De repente, a pesar de lo que dijera el programa de mano, Feuerbach ya no era un actor magnífico sino una persona enferma y desesperada. Un bufón. Y yo ya no pude reír.

Yo, Feuerbach
Autor: Tankred Dorst. Versió i adaptació: Jordi Casanovas. Direcció: Antonio Simón. Repartiment: Pedro Casablanc i Samuel Viyuela González. Escenografia: Eduardo Moreno. Vestuari: Sandra Espinosa. Disseny d’il·luminació: Pau Fullana. Disseny de so / concepció sonora: Nacho Bilbao. Ajudant de direcció: Beatriz Jaén. Ajudant d’escenografia: Lorena Puerto. Ajudant de producció: Celia Mira. Distribució: Elena Blanco (Magneticam, Catalunya) i Jordi Buxó (Buxman Producciones, Espanya). Producció executiva: Buxman Producciones SL.
Sala: Espai Lliure. Teatre Lliure de Montjuïc. Data: 14/07/2016. Fotografia: (c) Martín E. Berenguer.

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