La contadora de películas

La contadora de películas era, probablemente, el espectáculo del Grec que esperaba con más ganas. Motivos no me faltaban. En el mes de mayo había entrevistado a Zagal, su director, para Teatre Barcelona y lo que me había contado había despertado intensamente mi curiosidad.

Sin embargo, lo que vi sobre el escenario del Teatre Lliure, pese a ajustarse como un guante a la descripción técnica, no logró conmoverme en ningún momento ni, lo que es peor, interesarme. (No fui la única, creo que es uno de los espectáculos de este Grec en los que he visto a más gente levantarse y salir de la sala a media función).

Pero no nos precipitemos. Teatrocinema recurre a las proyecciones para crear el entorno de los actores sobre el escenario. Pero no imaginéis una pantalla retroproyectada en el fondo o similar. No. Lo que hace Teatrocinema es crear la ilusión de que estás viendo cine. Esto lo consiguen cerrando los laterales y la parte superior de la boca del escenario hasta crear una “pantalla” donde, con la ayuda de diversos proyectores, gasas a distintas distancias y elementos físicos como perfiles de cartón, además de movimientos muy precisos de los actores, descubrimos un teatro que parece cine o un cine que parece teatro. La primera desventaja de esto es obvia desde el inicio: las gasas que cubren la escena restan luz y hacen que veamos a los actores un poquito borrosos (a mí me recordaba a la diferencia entre ver una película en el cine normal y la misma película en una sala 3D, donde la imagen siempre es un poco más oscura por culpa de las gafas). La segunda desventaja es que cuentan con un escenario diminuto, en el que el movimiento escénico es muy limitado y apenas hay fondo (aunque los proyectores creen la ilusión de que lo hay, los actores pasan la mayor parte del tiempo en fila india). Además, como cualquier efectismo, pierde su efecto “¡guau!” a los diez minutos. Cuando ya has visto lo que pueden hacer con el montaje técnico, la cosa pierde mucha gracia y entonces empiezas a esperar que te cuenten una buena historia. Y ahí es donde descubres que, sencillamente, no la hay.

No he leído la novela original de Hernán Rivera Letelier aunque, por la voz de la narradora y lo que vi sobre el escenario, sospecho que es una de esas novelas muy literarias cuya principal baza es, precisamente, un texto evocador, bien escrito y capaz de crear ambientes, con retratos psicológicos de los personales que consiguen conformar un retrato de época. Sin embargo, en su transposición a texto dramático nos hemos quedado con la obviedad de la imagen perfecta que ofrece un proyector (nada que imaginar ni evocar sino un transposición literal de lo que se dice) y una trama que, acelerada para que quepa en hora y media teniendo en cuenta que dedicaremos una hora a ver las películas que cuenta la chica (y que, aunque entretenidas y divertidas, no tienen peso en la historia) queda reducida a un melodrama lacrimógeno que ni siquiera hace llorar porque no hemos llegado a poder empatizar con nada ni con nadie. Por otro lado, las interpretaciones, muy discretas, tampoco aportaron nada a un conjunto que, cuanto más intentaba sorprender más vacío parecía.

No tengo nada en contra del uso de tecnología ni en el teatro ni en ningún ámbito. De hecho, si tengo que alinearme siempre me veréis del lado de las máquinas. Sin embargo, sí estoy en contra de usar la tecnología porque sí, porque se puede, porque existe o, lo que es peor, como distracción para evitar que se vean otras carencias. En el caso de La contadora de películas, creo que el medio jugaba totalmente en contra de la historia y que es más que probable que todos hubiéramos empatizado mucho más con el relato si la contadora nos hubiera contado las películas sobre un escenario desnudo con algo de utillería y nos hubiera hecho imaginar y ver de verdad los trenes, los coches, los gánsteres, las pistolas y los barcos. Al menos, habríamos visto algo de teatro.

 

La contadora de películas

Autor: Hernán Rivera Letelier. Adaptación teatral: Laura Pizarro, Dauno Totoro, Julián Marras, Montserrat Quezada y Zagal. Guión: Zagal y Montserrat Quezada. Dirección general: Zagal. Concepción artística: Vittorio Meschi. Reparto: Laura Pizarro, Sofía Zagal, Fernando Oviedo, Christian Aguilera y Daniel Gallo. Composición musical: Zagal. Canciones y arreglos vocales: Sofía Zagal y Christian Aguilera. Dirección artística multimedia: Montserrat Quezada. Escenografía: Teatrocinema. Diseño de iluminación: Luis Alcaide. Asistencia en el diseño de iluminación: Álvaro Salinas. Guion gráfico: Vittorio Meschi. Diseño de vestuario: José Luis Plaza. Producción del vestuario: Cristián Miranda. Confección del vestuario: Marta Bravo y Rude Segura. Diseño de sonido / concepción sonora: Teatrocinema, Juan Ignacio Morales. Dirección técnica: Luis Alcaide. Sonido: Juan Ignacio Morales. Vídeo i edició: Montserrat Quezada. Ayudantía en la puesta en escena: Montserrat Quezada. Concepción multimedia: Mirko Petrovich. Texturas: Vittorio Meschi. Modelización en 3D: Max Rosenthal. Animación: Max Rosenthal y Sebastián Pinto. Posproducción: Sebastián Pinto. Dirección de fotografía: Montserrat Quezada y Jorge Aguilar. Croma y vídeo: Teatrocinema y Jorge Aguilar. Producción general: Teatrocinema. Producción: Sally Silva y Julián Marras.

Sala: Teatre Lliure de Montjuïc. Fecha: 15/07/2016. Fotografía: (c) Montserrat Quezada A.

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