Perder a un padre o a una madre antes de cumplir los 30 es un rito de madurez (creedme, sé de lo que hablo). Es trazar una línea entre el antes y el después, el salto sin red, el miedo, esa sensación de que ya no habrá nadie que te quiera así, como te han querido ellos.
Son esas emociones y esos miedos los que explora con valentía, franqueza y sobriedad Cinco tonos del color azul. Cada uno de los tonos corresponde a las 5 fases del duelo según el esquema clásico descrito por Elisabeth Kübler-Ross: negación, ira, depresión, negociación y aceptación.
La historia es la de Ana, que acaba de perder a su madre. Ana se desdobla en dos actrices que atraviesan cada una de estas fases y nos llevan en su viaje hasta el fondo del infierno y de vuelta hasta ese momento en el que, por fin, nos permitimos volver a sentir alegría, después de atravesar todo tipo de emociones que van desde la impotencia ante la falta de empatía del sistema (la horrible burocracia asociada a la muerte), al miedo a perder el recuerdo del ser querido o a esa sensación de que el mundo entero se nos ha venido encima (“Me duele todo el puto cuerpo”).
Marta Aguilar y Lluna Gay se entregan totalmente sobre el escenario y nos transmiten cada una de esas emociones con fuerza pero sin aspavientos. Con verdad y entereza. Con miradas líquidas. Sus interpretaciones van acompañadas de textos, vídeos y músicas que en ocasiones acompañan y en ocasiones sirven de contrapunto y provocan relajos cómicos en este viaje intenso y real como la vida misma.
Cinco tonos del color azul es un duelo, ni más ni menos, con sus altibajos pero también con esa luz de optimismo al final que nos recuerda que la vida es para vivirla, que el dolor tiene un final y que, aunque las lágrimas desaparezcan, los recuerdos nunca lo hacen. Gracias por contarlo.